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Sobre el autor

Daniel es Doctor en Biología Molecular Vegetal por la Universidad Politécnica de Madrid (Centro de Biotecnología y Genómica de Plantas - CBGP), y posee un Máster en Biología Computacional. Su carrera investigadora se ha enfocado en descifrar diferentes mecanismos de adaptación vegetal a cambios ambientales, todo ello desarrolado en un entorno de trabajo internacional. De cara a su futuro profesional, Daniel aspira a impulsar el uso de soluciones de base biológica inovadoras para abordar desafíos sociales. Por ello, cuenta con un Diploma Experto en Promoción y Gestión de Proyetos I+D+i Internacionales.

El volumen total de materia orgánica que se pierde o desperdicia en la agricultura y la industria alimentaria, referido de aquí en adelante como pérdidas agroalimentarias, es inmenso. Tan solo considerando la fracción comestible, se pierden o desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos a nivel mundial cada año (ONU). Estas pérdidas ocurren a lo largo de toda la cadena de valor. Las cosechas se ven afectadas por eventos climáticos adversos (como heladas o inundaciones) y por plagas, mientras que partes comestibles se descartan en los campos debido a la sobreproducción o por no cumplir con los estándares comerciales. Además, grandes cantidades de residuos agrícolas, como tallos y hojas, quedan en los campos, junto con subproductos del procesamiento industrial, como cáscaras de frutas, semillas y pulpa. También existen grandes pérdidas a nivel del consumidor, principalmente por el desperdicio de alimentos en los hogares y el sector de la hostelería y restauración.

Es necesario mejorar la valorización de las pérdidas agroalimentarias

Tradicionalmente, las pérdidas agroalimentarias terminan en vertederos, se incineran o se vierten en medios acuáticos, ,lo que genera emisiones significativas de gases de efecto invernadero, lixiviación de nutrientes y contaminación del agua. Como alternativa, hay un interés creciente en valorizar estas pérdidas, especialmente aquellas que no pueden redistribuirse como alimento o pienso, mediante la producción de compost y de biocombustibles de segunda generación. Sin embargo, estos usos tienen un bajo valor añadido y presentan inconvenientes ambientales, como las emisiones de metano derivadas del compostaje y el alto consumo energético de la producción de biocombustibles. Los avances biotecnológicos ofrecen ahora la posibilidad de transformar las pérdidas agroalimentarias en productos sostenibles de alto valor, siguiendo un modelo en cascada, en el que los residuos se aprovechan para obtener productos de mayor valor y los subproductos se reutilizan en etapas posteriores.

«El principio de cascada busca maximizar la eficiencia de los recursos, utilizándolos en varias etapas sucesivas y priorizando las aplicaciones según su valor.»

Alternativas de alto valor para las pérdidas agroalimentarias

Las pérdidas agroalimentarias tienen un creciente uso como materia prima para una variedad de productos en diferentes sectores:

  • Nutracéuticos e ingredientes alimentarios: Compuestos bioactivos como antioxidantes, vitaminas y fibras son extraidos de residuos agroalimentarios para producir alimentos funcionales, suplementos dietéticos y aditivos.
  • Fármacos: Raíces de jengibre, cáscaras de cítricos, semillas de uva y otros subproductos son ricos en alcaloides, flavonoides y polifenoles, que se utilizan en la formulación de medicamentos con propiedades antiinflamatorias, antimicrobianas o analgésicas.
  • Cosméticos: Hojas, raíces o cáscaras de frutas, ricas en vitaminas y antioxidantes, se incorporan en productos para el cuidado de la piel y el cabello, aportando hidratación, efecto antienvejecimiento y protección UV.
  • Bioplásticos y envases: Residuos agrícolas ricos en azúcares y almidón, así como aceites usados pueden procesarse en polímeros biodegradables (PHA, PBS, PLA y mezclas de almidón) para envases de alimentos, películas agrícolas, dispositivos médicos o vajillas desechables.
  • Insumos agrícolas: Aceites esenciales y extractos de residuos agrícolas son valorizados como biocidas y bioestimulantes. Procesamientos innovadores de residuos alimentarios dan lugar a biofertilizantes y biochar, que mejoran la biodiversidad del suelo y mitigan la lixiviación de nutrientes.
  • Textiles y biocompuestos: Fibras extraídas de subproductos vegetales, como las cáscaras de coco, los tallos de lino o las hojas de piña, se utilizan para crear textiles, biocompuestos e incluso materiales de construcción.
  • Alimentos para animales: Cáscaras procesadas, melaza, proteínas obtenidas por fementación de microorganismos y otros subproductos se usan para promover la salud y el crecimiento animal, reduciendo a su vez los costes.

En este contexto de diversificación del uso de la biomasa agrícola para distintas industrias, es esencial mantener el principio de food first. Esto garantiza que las tierras agrícolas no se destinen a productos más rentables en detrimento de la seguridad alimentaria.

«El principio de food first subraya que los recursos alimentarios deben emplearse en primera instancia para el consumo humano antes de desviarse a otros fines.»

El compromiso de la UE con la valorización de las pérdidas agroalimentarias

La Unión Europea lidera el cambio hacia un sistema alimentario circular que valoriza las pérdidas agroalimentarias como un pilar clave del Pacto Verde Europeo. El Plan de Acción de Cero Contaminación tiene como objetivo reducir la contaminación del aire, el agua y el suelo, abordando la gestión inadecuada de las pérdidas agroalimentarias, mientras que la Estrategia dee la Granja a la Mesa se centra en reducir el desperdicio de alimentos a lo largo de toda la cadena de valor. El Plan de Acción para la Economía Circular promueve usos innovadores para los residuos agroalimentarios, minimizando los desechos. Con la adopción de estas políticas, Europa busca maximizar la eficiencia de los recursos, encaminándose hacia un futuro circular y sostenible.